Su trayectoria se conoce gracias a la cartilla de inscripción militar, resalta que trabajo en diversas profesiones hasta que termina por alistarse en 1889 como “Soldado de Quinto” en el regimiento de los Dragones de Lusitania. Cinco años más tarde fue condenado por un Consejo de Guerra a doce años de prisión militar por haber “mostrado tendencia de ofender, de obra, a un superior”, según parece ser, por “sorprender en flagrante infidelidad con un superior a la que era su prometida”. Se queda sin futuro profesional y sin novia para el altar.
Un hecho histórico resalta la figura de este singular personaje teniendo lugar en torno al año 1896 en la población de Cascorro (Cuba) en la que, tropas españolas se encontraban asediadas por ejércitos de lugareños en una lucha colonial por mantener el dominio de dichas tierras. El Regimiento María Cristina se encuentra en su punto más débil debido a la climatología donde se desarrollaba la contienda así como al padecimiento por los soldados españoles de enfermedades como la disentería, la malaria, el tifus o la sarna. Todo ello se agrava como consecuencia de la imposibilidad de mandar batallones de refuerzo debido a la contienda que España mantenía en esos momentos en Filipinas.
El fuerte “Principal” estaba a punto de ser perdido cuando entre los soldados allí presentes resurgió uno entre ellos con fuerza y arrojo, solicitando que le dejasen marchar a luchar contra el enemigo bajo una única condición: Que le fuera amarrada una larga cuerda a la cintura para que, ante una muerte que suponía iba a ser segura, pudiera su cuerpo ser recuperado. Realizó una inmersión sigilosa hacia la zona en la que se encontraban los enemigos con una lata de gasolina, prendiéndole fuego y regresando a su posición, consiguiendo así los españoles resistir hasta la llegada de refuerzos que permitieron liberarles, convirtiéndose así en el icono de la pasión militar hispana. Cascorro quedo prácticamente destruida.
El escudo de armas de las tropas hispánicas en dicho conflicto se encuentra representado por cuatro cuarteles heráldicos en los que se puede distinguir en cada uno de ellos: Una lata de gasolina, un fusil Máuser, una antorcha y una larga soga.
A la vuelta de la contienda, todos guardaban pacientemente ser recibidos por familiares, esposa e hijos. A Eloy nadie le esperaba. Se convirtió en un héroe, un héroe del pueblo.
Los oficiales participantes en la contienda fueron recompensados por sus hazañas, no corriendo suerte semejante Eloy, al que parece que la historia ha sido su mejor recompensa: Los nombres de los oficiales fueron olvidados, mientras que la figura del héroe de Cascorro se mantiene permanente observando a viandantes, coches, familias, vendedores y comerciantes.
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